Escultura abstracta de bulto redondo, realizada en madera y metal, puede ser descrita como una síntesis poderosa entre organicidad y geometría, entre el impulso vital de la materia natural y la racionalidad de la estructura construida. El cuerpo principal, tallado en un tronco de madera, conserva deliberadamente la memoria del árbol, sus curvaturas, su volumen irregular y su textura viva, pero ha sido sometido a una profunda intervención formal donde irrumpen, como si fueran propios de la materia orgánica, planos facetados, aristas triangulares y superficies quebradas que articulan un lenguaje casi mineral, cercano a la abstracción cubista o al expresionismo formal que descompone la anatomía para intensificar su energía interna.
Esta masa ascendente, abierta en brazos o ramificaciones, parece oscilar entre figura y fragmento, entre torsión corporal y forma arbórea, sugiriendo un gesto expansivo que apunta a la verticalidad. El contraste entre las zonas talladas, que revelan una geometría interna brillante, desnuda y llena de tensiones lumínicas, y las superficies más oscuras y orgánicas, otorga a la pieza un dinamismo marcado por la alternancia o el contraste, entre lo pulido y lo rugoso, lo controlado y lo espontáneo, lo creado y lo inventado.
La base, también de madera, se inscribe en una estructura metálica de apariencia casi arquitectónica que introduce un segundo nivel de lectura. Una suerte de jaula, reja o armazón hace de soporte, delimita y contiene la pieza sin llegar a aprisionarla por completo. Este diálogo entre el cuerpo escultórico y su envolvente metálica acentúa la idea de límite, sustentación y, en cierto modo, de tensión entre libertad y contención. La estructura aporta un contrapunto frío y racional al carácter expresivo de la madera, generando un equilibrio espacial que refuerza la presencia de la obra en el entorno.
En conjunto, la pieza articula un discurso que transita entre lo natural y lo construido, lo telúrico y lo artificial. La madera tallada parece emerger o brotar desde la geometría más estricta de la base, como si la forma orgánica reclamase su derecho a expandirse más allá del armazón que la sostiene, en una lucha entre su génesis natural y la intervención realizada por la mano del hombre. Esta ambigüedad entre cuerpo y árbol, entre escultura y organismo, dota a la obra de una poderosa carga simbólica, vinculada a la transformación, la resistencia y la persistencia vital de la materia.