Retrato de un hombre negro en primer plano muy cerrado, contrapicado, donde la silueta se recorta sobre fondo blanco.
La pintura de Santiago Ydáñez, caracterizada por su libertad en la aplicación de la pincelada, la caída de chorreones que enfatizan la posición del protagonista, su calidad táctil y el contraste cromático entre planos, configura un retrato donde el espectador advertirá en primer lugar la prominente barbilla masculina, la oscuridad de las cuencas de los ojos y las fosas nasales, así como la aplicación de amplias y expresivas pinceladas de un ocre amarillento que entra en diálogo en forma de mancha con el denso negro del rostro representado.
Por otra parte, la técnica pone el acento en la plástica más contemporánea de la experimentación con el fondo y la forma de la pintura. Densas y gruesas pinceladas se disponen en horizontales, verticales y diagonales para realzar los volúmenes como si de un trabajo de escultura se tratara.