Doble paisaje formado por dos rectángulos horizontales cuya silueta se recorta sobre el lienzo, quedando ambos enmarcados en blanco por el material sobre el que se desarrollan sendas escenas.
Dos paisajes casi gemelos, articulados a partir de un cromatismo basado en azules de diferente nivel de brillo e intensidad, aplicados en manchas bien delimitadas, geometrizantes en para recrear el terreno, mientras que el celaje se compone a partir de pinceladas diluidas que dejan escapar chorreones invadiendo la tierra. El horizonte se diluye e impide al espectador diferenciar entre cielo y tierra a partir de un sfumato contemporáneo que transmite la densidad del ambiente.
La luminosidad de la pintura radica en la transparencia de la mancha cromática, que permite aflorar la blancura del lienzo, a excepción de una serie de líneas doradas que delimitan las manchas cromáticas y se expanden sobre el paisaje marcando una doble vertiente estética que, por una parte, genera enmarcados interiores a partir de líneas rectas perpendiculares y, por otra, expande la presencia de los árboles sin hojas que irrumpen en el paisaje, como si su salvia se extendiera en el paisaje colonizándolo con oro a pesar de su apariencia de muerte.
Se trata de una obra tremendamente expresiva y simbólica, cuyos lenguajes contraponen la libertad técnica y expresiva, desarrollada a través del trabajo con el pincel, a la geometría insinuada por los trazos dorados en un páramo solitario.